Una de las razones por las que tantas personas no reciben la gracia para evitar el estado de pecado o crecer en la vida y en el amor de Dios, es que no abrazan ni obran conforme a un aspecto clave del Evangelio: este es, el mandato de Jesús de negarse a sí mismo. Este mandato es tan importante que se menciona en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Lucas 9, 23 afirma:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
Negarse a sí mismo tiene un papel importante cuando las personas se convierten a Cristo por primera vez y comienzan a vivir la vida de la gracia. Para seguir el camino estrecho de la salvación las personas deben romper con el mundo. Deben rechazar sus comportamientos e inclinaciones del pasado. Como afirma el Papa León XIII:
“... como la naturaleza humana quedó inficionada con la mancha del primer pecado, y por lo tanto más propensa al vicio que a la virtud, se requiere absolutamente para obrar bien sujetar los movimientos obcecados del ánimo y hacer que los apetitos obedezcan a la razón”[1].
Para muchas personas esto requiere una acción dramática, especialmente cortar con las ocasiones anteriores de pecado. Esta abnegación necesaria se describe así en Juan 12, 25:
“Quien ama su vida, la pierde; y quien aborrece su vida en este mundo, la conservará para vida eterna”.
Eso significa que todas las cosas de esta vida deben estar sometidas radicalmente a los mandatos de Dios y a la búsqueda de la vida eterna. Esto implica evitar las ocasiones, las actividades y los compañeros que nos lleven al pecado. Ello significa vencer la tendencia a la pereza espiritual o a los caminos de los hombres en general, que se oponen a los caminos de Dios.
San Alfonso: “El aire del mundo es un aire inficionado y nocivo para el alma; por cuya causa aquel que lo respira, fácilmente contrae cualquier enfermedad espiritual. Los respetos humanos, los malos ejemplos, y las conversaciones mundanas sirven de poderosos incentivos que arrastran a las personas al pernicioso apego de los bienes de la tierra, alejándolas de Dios al mismo tiempo. Nadie ignora que la causa de perderse tantas almas son las peligrosas ocasiones de pecado, las que en el mundo tanto abundan”[2].
Santiago 4, 4: “Quien… quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”.
San Basilio: “Porque si para mí el vivir es Cristo, [Fil. 1, 21] mis palabras en verdad deben ser sobre Cristo, cada pensamiento mío y cada obra mía deben depender de los mandamientos de Cristo, y mi alma debe ser formada según la de Cristo”[3].
En las redes sociales hay muchas personas que dicen ser católicas o cristianas practicantes, pero que promueven la inmodestia, la necedad o formas pecaminosas de música y entretenimiento. Su actividad pública revela que no se han vencido a sí mismas o no han vencido al mundo en un grado suficiente. Apartan la gracia o cometen pecado abiertamente por su actividad.
San Basilio: “... el alma tampoco puede recibir los rayos del Espíritu Santo cuando ella está preocupada por los afanes de esta vida y llena de tinieblas por las pasiones de la lujuria de la carne”[4].
Muchísimas personas que no han podido vencerse a sí mismas en un grado suficiente resultan tener, como consecuencia, una capacidad de atención extremadamente pequeña, especialmente cuando se trata de cosas espirituales o valiosas. Sin embargo, cuando se trata de cosas que no tienen valor o son una pérdida de tiempo, ahí sí que les prestan mucha atención. Muy a menudo son incapaces de concentrarse, de pasar un tiempo significativo en silencio, o de prestar atención a lo que importa sin dejarse distraer tan rápidamente por otra cosa.
También carecen de la humildad y del temor del Señor que son muy necesarios.
Proverbios 9, 10: “El principio de la sabiduría consiste en el temor de Dios...”.
Papa San Gregorio Magno: “Aquel que quiere recoger la virtud sin humildad, lleva el polvo contra el viento...”.
San Benito: “… el primer grado de humildad consiste en que uno tenga siempre delante de los ojos el temor de Dios y nunca lo olvide. Recuerda, pues, continuamente todo lo que Dios ha mandado y medita sin cesar en tu alma cómo el infierno abrasa por causa de sus pecados a los que desprecian a Dios y cómo la vida eterna está preparada para los que temen a Dios”.
San Basilio: “En cada acto y en cada palabra tened ante vuestros ojos el juicio de Cristo, para que cada acción individual, al ser sometida a ese examen exacto y terrible, os dé gloria en el día de la retribución...”[5].
Pocos son verdaderamente humildes y pocos están dispuestos a aprender de buena voluntad de las personas o fuentes que Dios ha puesto en sus caminos.
San Basilio: “No faltan en estos días oyentes y preguntones capciosos; pero cuán difícil es hallar un personaje deseoso por conocer y que busque la verdad como remedio para la ignorancia”[6].
La humildad es fundamental para la vida espiritual. La humildad tiene un vínculo inseparable para resistir al diablo, someterse a Dios y recibir la gracia. De ahí que leemos lo siguiente en Santiago capítulo 4.
“‘A los soberbios resiste Dios, mas a los humildes da gracia’. Someteos, pues, a Dios; al diablo resistidle, y huirá de vosotros” (Santiago 4, 6-7).
En Lucas 14, 33 se nos dice que quien no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo de Jesús. En el mismo capítulo leemos:
“Si alguno viene a Mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun también a su propia vida, no puede ser discípulo mío. Todo aquel que no lleva su propia cruz y no anda en pos de Mí, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 26-27)
Esto significa que el amor a la familia debe ser secundario al amor y al deber hacia Dios.
Cuando las personas desarrollan buenos hábitos y viven la vida de la gracia, renunciar a las cosas es indispensable. Esta renuncia puede hasta incluir cosas neutrales o cosas que a veces son aceptables. Esto se llama mortificación.
“Aseguraba San Francisco de Borja… que a pesar de ser la oración la que introduce en el corazón el amor divino, la mortificación es la que prepara al mismo amor el lugar para ello, quitándole la tierra a aquel que ciertamente impediría en él la entrada... El P. Baltasar Álvarez… dice: ‘La oración sin mortificación, o es una ilusión, o dura poco’”[7].
La oración es fundamental para la salvación y la vida espiritual.
San Alfonso: “Todos los condenados se han condenado por no haber orado; si hubiesen orado, no se hubieran perdido: y al contrario, todos los santos se han hecho santos por medio de la oración; si no hubiesen orado, ni se hubieran hecho santos, ni se hubieran salvado. San Juan Crisóstomo decía: ‘Estemos persuadidos de que el no postrarse a los pies de Dios es la muerte del alma’”[8].
Papa León XIII: “… nada se Nos aconseja más en los preceptos y ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y de los Apóstoles, que invocar a Dios y pedir su auxilio. Los Padres y doctores nos hablaron luego de la necesidad de la oración, tan grande que si los hombres descuidaren este deber, en vano esperarán la salvación eterna… sabemos todos… que nos dirige Cristo: Pedid, buscad, llamad (Mateo 7, 7)”[9].
Jacinta de Fátima declaró: “‘¡Francisco, Francisco! ¿Vas a rezar conmigo? Es necesario rezar mucho para salvar almas del infierno. ¡Tantos van allí! ¡Tantos!’ Y decían de nuevo juntos la oración por aquellos que no rezaban”[10].
Recomendamos a los católicos que, si pueden, recen los 15 misterios del Rosario cada día y también recen con frecuencia el Ave María.
San Luis de Montfort: “El Ave María es un rocío celeste y divino que, al caer en el alma de un predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se ilumina su espíritu, más se abrasa su corazón y fortifica contra sus enemigos”[11].
Claro, también hay muchas oraciones y devociones excelentes, y se recomienda tener una devoción a ciertos santos. Además, se recomienda la oración “Jesús y María, os amo, salvad almas”, o simplemente “Jesús, os amo, salvad almas”.
Para salvarse, es necesario un desprendimiento suficiente de las demás personas y buscar la soledad.
San Alfonso: “Todas las almas amantes de Dios quieren también la soledad; porque en ella más fácilmente se les comunica el Señor, encontrándose allí igualmente más libres y desprendidas de los negocios y afectos de la tierra. Refiere San Euquerio que, deseoso cierto hombre de llegar a hacerse santo, le preguntó a uno que ya lo era ¿qué debería él hacer para encontrar a Dios? Entonces el otro lo condujo a un lugar solitario y le dijo: ‘Aquí es donde se halla a Dios’”[12].
San Alfonso: “Los mundanos huyen de la soledad, y con razón, porque en la soledad se hacen sentir más los remordimientos de su conciencia; por eso buscan las conversaciones y el tumulto del mundo, para que su [ruido] los distraiga y no los deje sentir las molestias de aquellos”[13].
Buscar la aprobación de los demás o aceptar la gloria de los hombres son unas de las principales razones por las cuales muchísimas personas no reciben la gracia de la fe o caen en la herejía, como enseñó Jesús en Juan capítulo 5.
“¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios?” (Juan 5, 44).
San Francisco de Borja: “El que pretenda darse a Dios, es necesario que antes de todo ponga debajo de sus pies este infernal respeto del ¿qué dirán?”[14].
También es de suma importancia que tengamos pureza de intención en nuestras obras.
San Alfonso: “Para los hombres es tanto mayor el precio de las obras cuanto mayor es el trabajo que se emplea en ellas; pero delante de Dios las obras tienen tanto mayor precio cuanto más pura es la intención con que se hacen; porque, como dice la Escritura, los hombres miran tan solo las obras externas, pero Dios mira el corazón...”[15].
Dado que los hombres por lo general se oponen a los caminos y a las verdades de Dios, todos los que quieren vivir una vida piadosa en Cristo Jesús serán perseguidos.
2 Timoteo 3, 12: “Y en verdad todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos”.
Juan 15, 18-19: “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como vosotros no sois del mundo –porque Yo os he entresacado del mundo– el mundo os odia”.
San Anselmo: “Si quieres asegurarte de estar en el número de los elegidos, esfuérzate por ser uno de los pocos, no de los muchos. Y si quieres estar seguro de tu salvación, esfuérzate por ser uno de los pocos entre los pocos... No sigas a la gran mayoría de la humanidad, sino a aquellos que entran en el camino estrecho, que renuncian al mundo, que se entregan a la oración... para que alcancen la bienaventuranza eterna”.
Las personas que están sumergidas en el pecado –especialmente en los pecados sexuales, que tanto abundan en nuestros días y que condenan a millones y millones de personas– deben reconocer que los seres humanos asimilan el conocimiento a través de los cinco sentidos. Por lo tanto, si usted deja de mirar algo con sus ojos o de escuchar aquello con sus oídos etc., entonces en términos generales ya no pensaría más en ello. Por eso Jesús dijo:
“La lámpara del cuerpo es el ojo. Si, pues, tu ojo estuviere sano, todo tu cuerpo estará luminoso” (Mateo 6, 22)
El vínculo entre lo que se ve y lo que se piensa es la razón por la que tienen tanto éxito los esfuerzos de censura por parte de los gigantes tecnológicos. Cuando ciertos grupos e individuos ya no aparecen en las plataformas principales, la gente tiende a olvidarse de esos grupos e individuos y de su mensaje. Por eso el Señor Jesucristo, al dar a la gente la clave de cómo evitar el pecado, hizo hincapié en cortar radicalmente las ocasiones de pecado.
Mateo 5, 29-30: “Si tu ojo derecho te es ocasión de pecado, arráncalo y échalo lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros y que no sea echado todo tu cuerpo en el infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtala y échala lejos de ti, porque más te conviene que perezca uno solo de tus miembros y que no se vaya todo tu cuerpo al infierno”.
Las personas de cierta edad deberían ser capaces de utilizar los dispositivos electrónicos modernos e Internet sin caer en pecado mortal, pero para aquellos que lamentablemente no son capaces de hacerlo, necesitan tomar medidas drásticas y cortar radicalmente la ocasión. Si esas personas cortaran la ocasión por completo, evitarían los pecados que estaban cometiendo. Por lo tanto, si la computadora, el teléfono, la televisión o internet (o lo que sea) es la ocasión que lo hace caer en pecado grave, deshágase de ello.
También hay gracias especiales para los que vencen el mundo y conservan el estado de gracia en la juventud, ya que aquí es cuando las tentaciones del mundo, de la carne y del diablo pueden ser comúnmente mucho más feroces.
Es por eso que en 1 Juan 2, 14 dice:
“A vosotros, jóvenes, os escribo que, morando en vosotros la palabra de Dios, sois fuertes y habéis vencido al maligno”.
Las personas que dejan atrás una vida de pecado pueden sentir al principio que es difícil el cambio de vida. Sin embargo, la gracia de Dios está disponible y la gente necesita dar los pasos. Pero, ¡necesitan dar esos pasos ahora!
San Alfonso: “No resistáis por más tiempo a la voz de Dios. ¡Quién sabe si resistiendo en este instante, os abandonará desde ahora a vuestros propios extravíos! ¡Valor y resolución! ‘El demonio teme a las almas resueltas’, decía Santa Teresa. Alentaos, pues: muchas almas, dice San Bernardo, no alcanzan la santidad por falta del valor necesario”[16].
Eclesiástico 5, 8-9: “No difieras convertirte al Señor y no lo dejes de un día para otro; porque de repente sobreviene su ira, y en el día de la venganza acabará contigo”.
Si la persona comienza a vivir correctamente, y es consistente al hacerlo, encontrará una felicidad que antes no se imaginaba y descubrirá que es fácil vivir la vida de la gracia y no pesada.
Como dijo Jesús:
“Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mateo 11, 30)
San Benito: “… no huyas enseguida aterrado del camino de la salvación, porque éste no se puede emprender sino por un comienzo estrecho. Mas cuando progresamos en este camino de vida y en la fe, se dilata nuestro corazón, y corremos con inefable dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios”[17].
Papa San León Magno: “Porque no hay obras de poder, queridos hermanos, sin las pruebas de las tentaciones; no hay fe sin pruebas, no hay contienda sin enemigo, no hay victoria sin conflicto. Esta vida nuestra está en medio de trampas, en medio de batallas; si no queremos ser engañados, debemos vigilar: si queremos vencer, debemos luchar”.
Papa San León Magno: “... no podemos prevalecer de otro modo contra nuestros adversarios, si no prevalecemos contra nosotros mismos”[18].
Notas:
[1] Papa León XIII, Humanum genus, #8, 20 de abril de 1884
[2] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. II “De los bienes que le son propios al estado religioso”, Traducida del original italiano por el P. Narciso de Guindos, 1853, Tomo I, p. 48.
[7] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. VII “De la mortificación interna, o negación del amor propio”, Traducida del original italiano por el P. Narciso de Guindos, 1853, Tomo I, p. 168.
[8] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. XX “De la oración”, Traducida del original italiano por el P. Joaquin María de Mora, 1852, Tomo II, p. 239.
[9] Papa León XIII, Fidentem piumque animum, #2, 20 de septiembre de 1896
[10]William Thomas Walsh, Nuestra Señora de Fátima, edición española, 1953, p. 120.
[11] San Luis de Montfort, El secreto admirable del Rosario, #51.
[12] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. XVI “Del silencio, de la soledad, y de la presencia de Dios”, Traducida del original italiano por el P. Narciso de Guindos, 1853, Tomo II, p. 138.
[13] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. XVI §2 “Del amor a la soledad, y de cómo ha de huirse del ocio”, Traducida del original italiano por el P. Joaquin María de Mora, 1852, Tomo II, p. 113.
[14] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. X “Oración”, Traducida del original italiano por el P. Narciso de Guindos, 1853, Tomo I, p. 138.
[15] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. XIX “De la pureza de intención”, Traducida del original italiano por el P. Joaquin María de Mora, 1852, Tomo II, pp. 224-225.
[16] San Alfonso de Ligorio, La verdadera esposa de Jesucristo, cap. III “La religiosa debe ser toda de Dios”, Traducida del original italiano por el P. José Palau, 1848, Tomo I, pp. 69-70.